martes, 12 de junio de 2018

Tomás Brody: más allá de treinta años de amistad

Tomás Brody:
más allá de treinta años de amistad

Luis de la Peña
Instituto de Física, UNAM


Me encontré con Tomás Brody por vez primera un día de fines de 1958. Entró al laboratorio de gravitación del Instituto de Física acompañando a Mario Vázquez para seguir la discusión del momento, especialidad en la cual Brody era experto como nadie. Mario, quien era el responsable del laboratorio al que yo acababa de ingresar como adjunto único, nos presentó. Es muy probable que yo haya continuado mi trabajo sin prestarles mucha atención, ignorando que se acababa de iniciar una relación que habría de irse estrechando conforme el tiempo fuera dando de sí. La última ocasión que nos vimos ocurrió treinta años más tarde, precisamente la mañana del funesto 21 de noviembre de 1988, cuando tomamos un acuerdo que nunca debió haberse tomado.
     En esos treinta años convivimos mucho, platicamos y discutimos casi de todo lo que es posible discutir y platicar, pero sobre todo de ciencia, de filosofía, de política. Fueron pocos los temas que no tocamos, y nuestros intereses comunes y puntos de vista afines se revelaron mucho más extensos que aquellos escasos que no compartíamos. Aprendí mucho de Tomás durante los años que duró nuestra cercanía, pues Tomás tenía mucho que enseñar y estaba siempre dispuesto a entablar conversación y, mejor aún, a discutir y argumentar. Los argumentos le brotaban como si se hubiera preparado de antemano con cuidado para la discusión sobre el tema, improvisado y circunstancial, del momento. Muchas veces le vi -no sin cierta dosis de envidia generada por mi incapacidad de hacer algo similar- ser presentado, o presentarse él mismo, con un colega extranjero y preguntarle en su propia lengua en qué estaba ocupado por el momento, para lanzarse de inmediato a discutir con inteligencia e información sobre el tema en cuestión. De estas discusiones surgieron muchas ideas, puntos de vista, interrogantes, cuestionamientos y argumentos que se fueron esparciendo y difundiendo por multitud de vías.
     El secreto de esta impresionante habilidad de Brody radicaba no sólo en su brillo intelectual natural y su capacidad para ir colocando cada lectura y nuevo conocimiento en el lugar apropiado, pero dejándolo siempre a mano, listo para ser utilizado y relacionado con el mar de información que poseía, sino, y esto era parte esencial, en el alimento que constantemente nutría a tales capacidades intelectuales. Tomás fue siempre, desde su primera infancia, un voraz lector, de esos que en unas cuantas horas leen con provecho un libro y lo saben usar. Leía casi de todo, de tal manera que su cultura era vastísima, y cubría desde varias especialidades cercanas a su ejercicio profesional, como física, química, matemáticas, cómputo, etc., hasta otros temas por los que sentía especial atracción y predilección, como la epistemología y la lingística y, naturalmente, la literatura y cultura general (devoró casi completa la colección de Penguin Books). Sin embargo, mantuvo siempre despierto un fuerte sentido crítico para aquello que leía. Algo así como que la lectura constituía un ejercicio para alimentar su habilidad crítica.
    


Las lecturas accesorias de Tomás no eran mero elemento de brillo y cultura general, como sería más usual. Tomás se convirtió con ellas en un verdadero experto del más alto nivel en varias especialidades. Por ejemplo, nadie que lo haya tratado de cerca dejaría de reconocer sus sólidos conocimientos de cómputo, tanto en lo que se refiere a la teoría, como a procedimientos y algoritmos específicos de cálculo. De hecho, fue Tomás quien realizó, en 1959, una de las primeras grandes tareas para las que se usó la primera computadora IBM adquirida por la UNAM, al elaborar las Tablas de Paréntesis de Transformación propuestas por Marcos Moshinsky. En poco tiempo Brody se convirtió en uno de los teóricos de cómputo más destacados en nuestro medio.
     Algo análogo sucedió en el terreno de la filosofía de la ciencia. Con toda responsabilidad, considero a Tomás Brody un verdadero epistemólogo. Me baso no sólo en la extensión y completez de sus conocimientos sobre el tema, y su capacidad discursiva y de análisis filosófico serio sobre las ciencias -las naturales en particular, pero no exclusivamente-, sino también en el amplio conocimiento crítico que poseía sobre las principales corrientes y autores en el tema. Es cierto que no ejerció como epistemólogo, pues escribió sólo unos pocos artículos, participó en algunos congresos (nacionales e internacionales) de filosofía y dictó algunas decenas de conferencias, pero su influencia en el medio sobre el tema fue decisiva. Sobre este punto parece oportuno referirnos con algún detalle a la obra en que Tomás pretendía condensar la visión filosófica que desarrolló sobre la física a lo largo de su ejercicio profesional y su meditación por décadas sobre ella.
     Al inicio de los ochentas, Tomás pasó su año sabático en el Laboratorio de Física Nuclear de la Universidad de Oxford, y dedicó su tiempo a preparar lo que planeaba como un libro sobre la teoría de la probabilidad. Con el tiempo, Brody desarrolló una visión personal muy interesante y original sobre esta teoría. Esto puede parecer contradictorio, pues se trata meramente de una teorización del punto de vista sobre la probabilidad que subyace en la práctica de los físicos. Sucede aquí algo que desafortunadamente ocurre con frecuencia en la filosofía de la ciencias: que las formulaciones que de un tema y sus problemas son hechas por los filósofos distan mucho de las que realmente ocurren en el seno de la práctica científica. La literatura filosófica sobre la probabilidad es inmensa, y existen diversas interpretaciones de la correspondiente teoría matemática. Brody observó que a pesar de ello, la más usual entre los físicos, la que ocurre de manera más natural y frecuente -llamada por él, interpretación de ensemble- no aparece en tales discusiones ni ha sido elevada al status de oficial por la filosofía. Su propósito fue dar un cuerpo teórico a esta formulación, y a ello se dedicó en su año sabático y posteriormente. Pero el tiempo pasó y el libro se fue quedando como proyecto.
     Finalmente, Tomás tomó una decisión que se encuadra muy bien en su naturaleza: escribir un libro sobre la filosofía de la física que contuviera, entre otras cosas, una amplia discusión sobre el problema de la probabilidad en física. En otras palabras: el volumen original se expandiría hasta abarcar todas sus inquietudes filosóficas sobre el tema. Tomás se dio a la tarea de escribirlo. Sucedió entonces lo previsible: conforme el autor avanzaba en la escritura del volumen, en realidad retrocedía, pues se le iban ocurriendo más y más ideas y temas que deberían necesariamente ser incluidos (según él), con lo que la tarea se perfilaba como el tejer de Penélope.
     En efecto, Tomás dedicó sus últimos años a esta tarea, tan de tiempo completo como sus otras inquietudes y quehaceres se lo permitían. Lo atestigua el hecho de que materiales manuscritos preparatorios para el volumen que planeaba fueron hallados posteriormente en los diversos lugares donde residió en esa época, es decir, Atenas, Nueva York y México. Seguía entregado a ella hasta el final; de hecho, el día de su muerte reelaboró algunas páginas de lo que constituye el capítulo 2 de su libro The Philosophy Behind Physics (Springer-Verlag, 1993).
     Estoy convencido que el libro planeado, de haber sido terminado, constituiría una aportación de primera importancia a la filosofía de la física, que ayudaría a resolver varios problemas y desvanecer muchos mitos usuales en la epistemología de la física contemporánea. Tuve la oportunidad de conocer las ideas y planteamientos originales de Tomás sobre multitud de temas que planeaba discutir y sé bien la invaluable utilidad que de tal obra hubiera yo derivado. Pero el azar, puesto esta vez en manos de la violencia callejera, impidió que el proyecto se consumara apropiadamente. Consciente de lo mucho que se perdería si las cosas se quedaran como Brody las dejó, decidí recuperar lo recuperable y ayudar a que al menos el material ya elaborado o en proceso de elaboración viera la luz. Afortunadamente, para esta tarea pudimos contar con la valiosa colaboración de Peter Hodgson de la Universidad de Oxford, entrañable amigo de Brody que también tuvo oportunidad de discutir ampliamente con él muchas de sus ideas. Creemos que el volumen publicado, aunque lejos de ser lo que pudo haber sido, es una contribución importante, pues recoge varias de las valiosas ideas originales de Brody, cuya pérdida hubiera sido lamentable.
     Mis inquietudes sobre la mecánica cuántica tuvieron siempre un eco profundo en Tomás. Tanto, que bien podría yo decir que sus inquietudes tuvieron eco en mí. Creo que Tomás se hubiera realmente interesado e involucrado a fondo en la versión modificada de la electrodinámica estocástica que finalmente emergió de nuestros estudios, lo que hemos llamado la electrodinámica estocástica lineal. En efecto, aún en sus etapas más iniciales, cuando esta teoría no era mucho más que una posibilidad, Tomás fue uno de sus más fecundos difusores y propagandistas, entreviendo en ella posibilidades muy difíciles de encontrar en cualquiera otra de las alternativas conocidas. Sin embargo, con la nueva forma de la teoría no tuvo sino un contacto muy inicial, en una etapa aún confusa. Recuerdo bien sus comentarios críticos a los elementos de hand waving que se asomaban por todos lados. La etapa reconfortante posterior ya no le tocó, y tuvimos que alcanzarla sin contar con la que indudablemente hubiera sido una de las más sólidas ayudas conceptuales.
     La mañana del 21 de noviembre de 1988 Tomás me visitó en casa (vivíamos pared con pared y la UNAM estaba en huelga) para decirme que le gustaría platicar esa tarde con su hermano, de visita en México, por lo que preferiría deshacer el compromiso de asistir juntos a la asamblea de la Sociedad Mexicana de Física que tendría lugar esa tarde en la UAM-I. Le expliqué que a mí también me había salido un compromiso, y acordamos deshacer la cita. Volví a saber de él esa misma noche, cuando Carlos Bunge me buscó en casa de unos colegas para informarme que algo grave había sucedido con Tomás. Para entonces, Tomás se había ya ido.
     La ausencia de Tomás Brody se ha hecho notar día con día y en las más diversas circunstancias, pero al mismo tiempo es cierto que, como en pocos casos ocurre, aún después de los años transcurridos continúa sintiéndose su fuerte presencia.

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